Compararte con otros atletas no tiene sentido. No te hagas eso.
Esto es lo que quiero que entiendas, y ahora voy a explicarte por qué.
Quizá te suene duro, incómodo, pero yo diría que es liberador. No es una derrota, es una realidad. Mientras unos nacen con una configuración genética hecha para la velocidad, la fuerza o la resistencia otros tienen que trabajar el triple para acercarse. Y aun así, puede que nunca los alcancen. No por falta de esfuerzo, sino porque no tienen las mismas herramientas biológicas.
Si has leído Entrenamiento Trifásico de Carl Dietz y Ben Peterson recordarás el ejemplo del prefacio: Fred y Walter eran dos amigos inseparables que crecieron juntos en un pequeño pueblo de Minnesota, dedicando miles de horas al hockey desde niños. Entrenaban igual, comían lo mismo, vivían juntos, y seguían el mismo programa de fuerza y acondicionamiento en la universidad. A simple vista, eran idénticos en esfuerzo, disciplina y condiciones externas.
Pero con el tiempo, sus caminos se separaron: Walter se convirtió en una estrella, jugó en la NHL y fue nombrado All-American, mientras que Fred tuvo una carrera promedio. ¿La diferencia? Su genética.
Walter tenía un sistema nervioso simpático y un perfil hormonal superiores, lo que le daba mayor capacidad de respuesta, recuperación y rendimiento bajo estrés. Es decir, aunque ambos entrenaban igual, Walter simplemente tenía un motor más potente desde el nacimiento. En palabras de los autores "un V-8 contra un V-10 turbo". Mientras ambos recibieran siempre las mismas "mejoras" el V-10 siempre sería el más rápido.
Porque como decía Sócrates: "Es vergonzoso para un hombre envejecer sin haber visto la belleza y la fuerza de la que es capaz su cuerpo".
No se trata de ganarle a los demás. Se trata de descubrir hasta dónde puedes llegar tú.
¿Qué es exactamente la genética y por qué importa en el deporte?
Tu cuerpo está construido a partir de un manual de instrucciones. Ese manual se llama ADN (ácido desoxirribonucleico) y está presente en casi todas tus células. Dentro del ADN están los genes, que son pequeñas secciones de ese manual. Cada gen le dice al cuerpo cómo fabricar una proteína: desde las que dan color a tus ojos hasta las que regulan cómo tus músculos responden al esfuerzo.
El conjunto de todos tus genes se llama genoma. Y aunque compartimos más del 99% de ese genoma con cualquier otra persona, ese pequeño margen de diferencia es suficiente para que algunos tengan más facilidad para desarrollar masa muscular, otros para recuperarse más rápido, y otros para nadar largas distancias sin fatigarse tanto.
Entonces, ¿todos tenemos los mismos genes? Sí… pero no exactamente. Todos tenemos los mismos "tipos" de genes, pero con variaciones. Esas variaciones se llaman polimorfismos genéticos. Un polimorfismo es como tener una palabra escrita de forma ligeramente distinta en dos manuales diferentes. Por ejemplo, tú puedes tener una versión del gen que produce una proteína muscular más eficiente, y otra persona puede tener una versión menos eficiente. Ups. Estas pequeñas diferencias, llamadas alelos, pueden afectar cómo funciona una proteína: puede hacer que actúe más rápido, que se regenere mejor… o al contrario. En el contexto del deporte, esto se traduce en diferencias reales en fuerza, velocidad, resistencia, recuperación, capacidad de adaptación al entrenamiento, y hasta riesgo de lesiones.
¿Cuánto influye realmente?
La genética no lo es todo, pero sí es mucho. Según múltiples estudios científicos y revisiones sistemáticas, una parte significativa de las diferencias en rendimiento entre personas, incluso entre atletas bien entrenados, puede explicarse por variaciones genéticas. Y no estamos hablando de un pequeño matiz. Los porcentajes son tan altos que cuesta ignorarlos:
- VO₂max: entre el 40 y el 70%
- Fuerza: entre el 30% y el 80%
- Potencia y velocidad: entre el 50% y el 90%
- Composición de fibras musculares: entre el 45 y el 85%
- Hormonas anabólicas: entre el 50 y el 80%
- Respuesta al entrenamiento aeróbico: entre el 40% y el 60%
- Respuesta al entrenamiento anaeróbico: alrededor del 65%
- Velocidad de reacción: alrededor del 20%
Estos números muestran que la biología individual marca una diferencia enorme. Dos personas que entrenan exactamente igual pueden obtener resultados radicalmente distintos. Uno mejora más rápido. Otro se recupera mejor. Algunos nacen con un motor más eficiente; otros con uno que requiere más mantenimiento y esfuerzo para rendir igual. ¿Es justo? No en el sentido convencional. ¿Es real? Totalmente.
Pero vale la pena detenerse en esa pregunta: ¿es justo? Tal vez no. Pero, sinceramente… ¿qué importa? Esa pregunta, aunque legítima, nos puede atrapar en un bucle. Preguntar si es justo que otro tenga mejor genética es como preguntarse si es justo que algunos nazcan en altura y otros al nivel del mar, unos con padres deportistas y otros con padres fumadores. ¿Y qué vas a hacer con eso? ¿No ir a entenar? ¿Vas a quejarte también porque no naciste en otro siglo o en otro país? No se trata de recibir lo mismo que otros, sino de hacer lo mejor posible con lo que se te ha dado. Epicteto decía que no está en nuestra mano elegir las cartas, pero sí cómo jugarlas. Tu genética no depende de ti, pero tu disciplina sí. Tu entorno quizá no depende de ti, pero tu actitud sí.
La genética podría, en teoría, poner un techo. Pero no nos confundamos: la mayoría de nosotros estamos muy, muy lejos de tocarlo. No entrenamos con tanta consistencia, con tanta intención, ni durante tantos años como para llegar siquiera cerca de esos límites biológicos. Lo que limita no es el techo, sino no aprovechar el suelo firme que tienes para seguir subiendo.
Saber que la genética influye no debería frustrarte, sino liberarte. Te quita la presión de compararte, y te da permiso para enfocarte en ti. Si lo tuyo es la resistencia, resiste. Si lo tuyo es la fuerza, sé fuerte. Si amas nadar, correr (si hay alguien que disfrute con eso), pedalear, levantar o bailar: hazlo. Hazlo feliz, con seriedad y con ambición. Y que los demás lo hagan también, cada uno en su camino.
Y si eres madre, padre o entrenador, esto también es para ti: no compares a tus hijos con los de otros. No proyectes tus expectativas ni tu ambición en forma de medallas o marcas. Aplaude sus progresos, no solo sus podios. Celebra su constancia, su alegría al entrenar, su compromiso con el esfuerzo, aunque no suban al cajón. Porque cada niño tiene su propio ritmo, su propio cuerpo, su propia genética. Y lo peor que podemos hacerles es enseñarles a medirse solo por cómo quedan frente a los demás. Enséñales a medirse por cómo avanzan desde donde estaban ayer. Eso sí es una victoria. Y dura toda la vida.
Viaje antes que destino.
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